NO TE EMPEÑES EN CALZAR ZAPATOS QUE APRIETAN.
Cuantas veces nos empecinamos en comprarnos unos zapatos que
ya desde un principio no nos acoplan.
Nos negamos a aceptar que, si el calzado no es de nuestra
talla, es mejor dejarlo en el escaparate de la tienda y mirar otros modelos.
¡Me aprieta un poco pero ya irá cediendo! –nos decimos desde
el autoengaño- y con ese consuelo barato nos terminamos llevando el zapato a
casa.
Y es posible que dependiendo del material con el que estén
confeccionados haya zapatos que con el reiterado uso terminen ensanchando un
poco y consigamos “hacerlos llevaderos”.
Zapatos que te siguen rozando cuando caminas con ellos pero que, al final, de tanto ponértelos consigues hacer callo para que ya no te duelan.
Y al final te acostumbras a caminar con los pies oprimidos,
sintiéndote orgullosa por haber logrado embutir tus “pies de geisha” en un
zapato siete tallas más pequeño de lo que tus proporciones naturales precisan.
Y eso exactamente es lo que a veces hacemos con el amor. Que
nos obcecamos en hacer que encaje sí o sí.
Aunque duela, aunque roce, aunque estrangule… nos emperramos
en tirar de calzador para que entre, en untar vaselina para que resbale y en
comprar un cargamento de tiritas para tapar las heridas que nos puedan ir haciendo.
Nos olvidamos de nuestras necesidades afectivas y nos
terminamos conformando con unos zapatos que no se nos ajustan al pie.
Y en esa terca obsesión por lucir zapatos se nos olvida que
existe la opción de “caminar descalzos”.
¿Por qué la descartamos?
¿Por qué preferimos lucir zapatos constreñidos?
¿Por qué optamos por deformarnos los pies como las geishas?
¿Por qué nos da miedo caminar con los pies desnudos mientras
damos con unos zapatos que sean de nuestra talla?
Walter Riso en uno de sus libros habla del “Realismo
afectivo”: Centrarse en lo que es y no en lo que nos gustaría que fuera.
Si te compras unos zapatos de la talla 35 asume esa realidad
y no pretendas que mañana o pasado se conviertan mágicamente en una talla 39.
No es justo ni para ti (porque renuncias a tus verdaderas
necesidades y preferencias: “anhelas unos zapatos de la talla 39”) ni para el
zapato (que lo fabricaron en talla 35 y salvo algunos pequeños ajustes poco más
puede hacer ante tus desproporcionadas demandas)
Así pues:
¿Cómo te gusta que te quieran?
¿Qué necesitas para poder sentirte amado?
¿Con qué tipo de persona te gustaría compartir tu vida?
Formúlate esas preguntas y no le bajes el volumen a la voz
de tus instintivas respuestas.
Y…si enmudeces tus anhelos luego no te quejes de tus malas
elecciones.
Mira de frente lo que tienes ¿Te gusta? ¿Es lo que quieres?
¡Pues adelante!
Pero si lo que ves no te gusta y aun así te quedas, asume
las consecuencias de tus desafortunadas decisiones.
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